viernes, 9 de mayo de 2008


Crónica de Rodolfo Walsh



Gente por todos lados, rumores y elogios que merecían tomar la palabra. Paneles en los pasillos con historias y comentarios de actores conocidos sobre una personalidad como pocas. La universidad de Quilmes, la nuestra, se convirtió en estos días en un refugio para el recuerdo y la nostalgia. Esquinas con historietas que representaban a aquel “Operación masacre” un libro reconocido en varias partes del mundo por lo crudo de sus pasajes y con la realidad hecha novela. Juegos de ajedrez que tenían la marca de “ese hombre” Rodolfo Walsh, un rionegrino, que un día nos dejó como tantos otros en 1977, el motivo ya es conocido por todos, una dictadura cruel e indiferente que dejo un vacío difícil de llenar.
Un homenaje merecido, para un periodista que marcó con su sello a la literatura, por su manera de contar la realidad y de jugar con la ficción, relatos atrapantes e incomparables. “Mi vocación se despertó tempranamente a los ocho años decidí ser aviador. Por una de esas confusiones, el que las cumplió fue mi hermano. Supongo que a partir de ahí me quedé sin vocación y tuve muchos oficios” (El violento oficio de escribir). Este era ese hombre, el que todavía tenía mucho por contar y dibujar en el rostro del que lo leía, la intriga, el asombro y la emoción despertada por historias increíbles e irrepetibles. La muestra termina dejando en aquellos que lo conocían la satisfacción de un trabajo bien hecho, de los que lo leyeron el sabor de querer aún más y de los que se acercaron para ver, la sorpresa de algo distinto que da para prestar atención y reconocer que la literatura nos acerca y nos hace grande. Estos laberintos de palabras y escenas nos hicieron durante dos semanas pensar que había otra manera de ver las cosas y que no es la única.