jueves, 5 de junio de 2008

EL ESPACIO DEL CUENTO


No recuerdo bien la dirección, pero sí las características; antes de entrar al departamento debías cruzar un pasillo con baldosas amarillas y rojas, muy antiguas, la última puerta, más precisamente la tercera era la mía. Dentro estaba lo que desde hacía tres días era mi nuevo hogar, un antebaño a la entrada, de un lado la cocina y del otro el baño, en medio de ambos y a unos paso estaba la habitación principal, la única. Dentro del dormitorio, un colchón de dos plazas sobre el piso de madera, al costado y junto a una de las paredes una mesa plegable y dos banquetas de caña (regalo de mi mamá). En una esquina una pequeña radio con cassettera, siempre sintonizada en una sola emisora 106.3, corría el año 1992. Y mi vida de chica independiente recién empezaba. Por la ventana de la habitación a veces se filtraban frágiles rayos de sol, que iluminaban de a poco el simulado patio que se encontraba del otro lado. La cocina no tenía mucha importancia, estaba sombría y desabitada, solo había una mesada vieja y deteriorada, un anafe de dos hornallas prendido de una garrafa, ni mesa, ni heladera. No comía en ella, solo calentaba algo para tomar cuando sentía frío y no por que era invierno, el vacío del lugar y la soledad de esos momentos me hacían temblar. Durante un tiempo ese lugar fué solo para dormir, trataba de no estar sola allí, trabajaba de la mañana a la tarde, así que cuando salía iba a lo de mi mamá a tomar algo, me quedaba hasta la hora de la cena, comía y me iba caminado hacia mi casa, el recorrido siempre era el mismo, trataba de hacer que el camino se torne familiar, pero me costaba cada vez más y cuando llegaba el silencio se apoderaba de mi por unos minutos, prendía todas las luces y encendía la radio. De a poco fui llevando cosas que eran mías, recuerdos de mi familia, objetos que alegraban el lugar, esto aumentó las horas de estancia. A los pocos meses en la habitación ya había una cama y una mesa de luz, un espejo en el baño y la mesa plegable se traslado a la cocina, sobre ella un florero vacío. Los fines de semana eran interminables, las visitas eran pocas, la salida de mi hogar no había sido la mejor y muchos de mis amigos no entendían ciertas cosas. Llegó fin de año y por supuesto sola, la música era mí única compañía. Las cero horas del primer día del año 1993 había llegado y yo ahí, con una nueva vida, volviendo a empezar, me cansé de pensar esa noche y por momentos alguna lagrima rodó por mis mejillas como inaugurando el futuro y dejando atrás aquel pasado que tanto mal me había hecho.