lunes, 2 de febrero de 2009

LA TOLERANCIA, COMO ADQUIRLA


LA TOLERANCIA


LA HERMOSURA del valle de Cachemira hizo exclamar a un filósofo del siglo XVI: “Si existe un paraíso, está aquí”. No se imaginaba, obviamente, qué deparaba el futuro a aquel sector del mundo. En el último quinquenio han muerto más de veinte mil personas en las luchas entre los separatistas y el ejército indio. El diario alemán Süddeutsche Zeitung califica ahora a la región de “valle de lágrimas”. El valle de Cachemira aporta una lección sencilla y útil: la intolerancia puede destruir un paraíso en potencia.
¿Qué significa el término tolerancia? El diccionario Pequeño Larousse Ilustrado lo define así: “Indulgencia, respeto y consideración hacia las maneras de pensar, de actuar y de sentir de los demás, aunque éstas sean diferentes a las nuestras”. ¡Qué cualidad tan deseable! Sin duda, nos sentimos a gusto con la gente que respeta nuestras creencias y actitudes, aunque no coincidan con las suyas.
De la tolerancia al fanatismo
Lo contrario de esta virtud es la intolerancia, que alcanza diversos grados. Quizás empiece con la censura miope de la conducta o modo de actuar del prójimo. Tal cerrazón impide gozar a plenitud de la vida y asimilar nuevas ideas.
Por ejemplo, la persona remilgada puede incomodarse con el chispeante entusiasmo de un niño. Y el joven tal vez se aburra con la actitud reflexiva del mayor. Pida a alguien cauto que trabaje codo a codo con un aventurero, y es posible que ambos se irriten. ¿A qué obedece la incomodidad, el aburrimiento y la irritación? A que, en dichos casos, a cada uno le cuesta tolerar la actitud o la conducta del otro.
Donde hay intolerancia, la estrechez de miras puede degenerar en prejuicio, sea contra un grupo, raza o religión; o, aún más grave, en fanatismo, que quizás se manifieste en odios violentos que acarreen sufrimientos y muertes. Analice tan solo a qué llevó la intolerancia en las Cruzadas. Aún hoy es un factor decisivo en los conflictos de Bosnia, Ruanda y el Oriente Medio.
La tolerancia exige equilibrio, algo nada fácil, pues somos como el oscilante péndulo de un reloj. En materia de tolerancia, unas veces pecamos por defecto, y otras, por exceso.
De la tolerancia a la inmoralidad
¿Puede uno pasarse de tolerante? En 1993, el senador estadounidense Dan Coats habló de “una batalla por el sentido y la práctica de la tolerancia”. ¿A qué se refería? Él deploraba que, en nombre de la tolerancia, haya quienes “pierdan la fe en la verdad moral: en el bien y el mal, en lo correcto y lo incorrecto”. Tales personas opinan que la sociedad no tiene el derecho de juzgar si determinada conducta está bien o mal.
En 1990, lord Hailsham, político británico, escribió que “el enemigo más funesto de la moral no es el ateísmo, el agnosticismo, el materialismo, la codicia ni ninguna otra causa comúnmente aceptada. Su auténtico enemigo es el nihilismo: en el sentido más estricto del término, no creer en nada”. Obviamente, si no creemos en nada, carecemos de normas que definan la conducta apropiada, y todo es tolerable. Pero ¿está bien tolerar todo tipo de conducta?
El director de una escuela secundaria de Dinamarca opinaba que no. A principios de los años setenta se quejó en un artículo de periódico de que la prensa anunciara espectáculos pornográficos en los que copulaban personas y animales. Aquellos anuncios se autorizaron en aras de la “tolerancia” danesa.
Por consiguiente, es problemático pecar tanto por defecto de tolerancia como por exceso. ¿Por qué será tan difícil evitar los extremismos y mantener el debido equilibrio? Tenga la amabilidad de leer el siguiente artículo.
[Ilustración de la página 3]
Se puede hacer daño a los niños sacando las cosas de quicio cuando cometen errores

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